El espacio es realmente un lugar muy solitario. Cuando uno se acostumbra a ver las mismas estrellas, ya no le parece tan fascinante como la primera vez que lo vio.
Por suerte, el viaje estaba llegando a su fin. El planeta R475T en el nivel 415, concretamente en la región 20º 15' Norte, 35 º 40' Este, la región 11415S. Eso ponía la base de datos de la nave. Pero él conocía ese lugar como otro nombre. Lo conocía porque antes lo llamó hogar, antes vivió allí, antes de que vinieran a por él y se lo llevaran. Antes de todo esto.
Su nombre es Sosaria.
La nave no tuvo ningún problema en atravesar la atmósfera. Probablemente, si alguna persona se fijara, pensaría que la nave es un pequeño meteorito o una estrella fugaz que atraviesa el cielo. Valiente ironía que alguien pidiera un deseo al ver la estela de la nave.
El viajante posó la nave en las montañas, en un lugar que él conocía muy bien. Bajó de ella y no pudo reprimir el respirar el aire del lugar. Le traía muchos recuerdos todos esos olores, la caricia del viento, el terreno que pisaba... fueron muchos años los que allí estuvo. Pero ese lugar, era especial.
Reconocía a la perfección la montaña y sabía exactamente dónde estaba la cueva que él usaba como refugio. Incluso a pesar de que ahora la entrada estaba sepultada por un montón de rocas, lo más seguro a causa de algún desprendimiento, a Predator Hunter no le costó encontrarla.
Se hubieran tardado semanas, o incluso meses, en poder abrir una brecha en las rocas para poder llegar a la cueva, contando con varios mineros y unos picos de gran calidad. Pero no hacía falta nada de eso. En su brazo izquierdo, tecleó el sistema automático de disparo de la nave. En unos pocos segundos, un haz de luz de color rojo, fundió las piedras que estaban en mitad del camino y dejaron via libre para el cazador.
Se adentró en la cueva, sin ningún miedo, sin ningún temor, a pesar de la oscuridad. Al contrario, se sentía como en casa, como si estuviera de nuevo en un lugar acogedor y placentero. Al final del todo, allí la vio, con un resplandor azul, el mismo resplandor que dejó hace ya muchísimos años.
La lanza de cuchilla doble que dejó aquí seguía intacta, inamovible, gracias a los polvos que usó, haciendo que el arma pesara más que cualquier dragón del mundo. Junto a la lanza, la piedra donde escribió su nombre. Un altar para aquellos que recordaran su nombre y pudieran rendirle pleitesía.
- No parece que hayan venido por aquí muy a menudo... - dijo en medio de la oscuridad. Tampoco le sorprendió, al estar en un lugar oculto y apartado.
En ese momento, sacó una pequeña bolsita, una bolsita que llevaba guardada en un baúl hacía ya mucho tiempo, aunque no tanto desde que dejó por completo este mundo. Esparció unos pocos polvos por encima del arma, que pasó de un resplandor azul a un resplandor rojo. De repente, nada brilló ya alrededor del arma. Ningún brillo iluminaba ahora la estancia.
El cazador cogió su lanza y la levantó sin problemas. El hechizo seguía funcionando, aun después de haber estado tanto tiempo guardado en un baúl. El arma seguía estando igual de perfecta que el primer día que la forjaron. Tan sólo tenía un poco de polvo, pero las hojas seguían igual de afiladas. Pasó los dedos por las dos hojas, comprobando el perfecto equilibrio que mantenían.
Un par de movimientos con las dos manos. No había perdido ni ganado nada de peso, aun después de estar tanto tiempo sin usarse. Seguía estando igual, ninguna imperfección, ninguna muesca.
Miró entonces la piedra donde estaba escrito su nombre. Lo escribió con aquella misma arma, con la misma hoja; y con la misma hoja, hizo un mandoble vertical y cortó en dos la piedra, sin ningún tipo de esfuerzo. La roca cedió ante el filo del arma, sin oponer resistencia. La lanza volvía a estar de nuevo con su dueño.
Salió al exterior y, de nuevo, cogió una bocanada de aire. Se sentía bien de volver al lugar donde nació, donde conoció a tantas personas y no estaba tan solitario como estos últimos tiempos. Sin embargo, no hubiera dejado sus tareas y misiones si no fuera porque en su interior, sintió una llamada, algo que pedía su presencia.
Algo lo estaba llamando, y aunque las primeras veces lo ignoró pensando que sólo serían imaginaciones suyas, luego supo que no era así, que algo de verdad lo estaba llamando. Una llamada de las Sombras. ¿Un regreso, tal vez? ¿Un regreso de las Sombras?
No podía saberlo a tanta distancia. Tenía que ir.
Tras estar meditando un poco, subió a la nave y puso el piloto automático. Volvería al hangar de los yautjas, aunque eso sí, se harán preguntas sobre su ausencia. ¿Y si deciden perseguirle? ¿Y si lo tildan de traidor? ¿Y si vienen a este lugar para exterminar toda clase de vida? Durante un momento, pensó en destruir la nave y no dejar ningún rastro para que no le pudieran localizar. Pero sabía que eso era inútil.
Si querían encontrarle, le encontrarían; y si querían cazarle, sabía que tendría muy pocas probabilidades de conseguir escapar. Era mejor devolver la nave en buen estado que intentar ocultar las cosas. Quizás lo comprendan, o quizás no. No tenía otra opción.
La nave despegó lentamente, hasta conseguir una buena altura, donde activó los propulsores principales y se perdió en la distancia, dejando de nuevo, otro rastro de calor. Al menos, tardaría unos cuantos días en regresar.
Con una armadura de placas hechas de un material que no existía en aquel lugar (ni siquiera en aquel planeta), una lanza doble y unas pocas provisiones en una mochila que siempre tuvo guardada, se dispuso a caminar, a bajar de la montaña, cómo hacía antaño, y explorar de nuevo el fantástico lugar que era Sosaria.
Se preguntó si seguirían estando las personas que él conocía, si habían cambiado, si seguían vivos o no, si todavía existían batallas por el trono o si las fuerzas del mal seguían amenazando aquel pacífico lugar. Sin duda alguna, la primera ciudad que quería ver era Trinsic, la hermosa Trinsic, que tanto añoraba y tenía en sus recuerdos. Pero no sería el único lugar que visitaría.
Miró entonces su mano, donde tenía agarrada una de las cuchillas de muñeca. Era hora de recuperar la otra cuchilla que dejó aquí.
- He regresado - dijo para sí mismo, mirando al horizonte, donde ahora su rostro estaba marcado por algunas cicatrices, producidas por innumerables batallas contra seres y criaturas salidas de las peores pesadillas que un humano pudiera pensar.
Dicho esto, se puso a caminar.