Siento un ligero cosquilleo. Es tu aliento que recorre lentamente cada poro de mi piel desde la nuca, hasta el final de la columna. Después temblor en las caderas, en las rodillas y la piel de los muslos se me erizan. Las piernas me flojean.
Y una lágrima nace en el lagrimal de mis ojos. No estás.
¿Alguna vez has sentido tanto tiempo una lágrima recorrer tu cara, como si fuera infinito y nunca terminara? ¿Cómo si no quisiera desaparecer y permanecer allí? recordándote a cada instante porque nació. Yo sí.
Ahoga y corta la respiración. Te asfixia lentamente y va parando, no se acaba. Aunque es casi imperceptible la notas como si fuera una cuchilla desgarrándote la mejilla. Cuando te has acostumbrado al dolor y ya apenas los sientes viene el siguiente paso. Los recuerdos, todo lo que te gusta de él; como llena el plato de servilletas sucias, a medio ensuciar, en los restaurantes; como se afeita en el espejo, pasando delicadamente por las patillas; como te mira fijamente, cuando estás poniendo rímel en tus pestañas; como acaricia tu pelo creyendo que ya te has dormido; como sabe cuando hacer el amor lentamente; como cuando se aleja con esa elegancia que le caracteriza, con la cabeza alta como sí yo, no le importara.