El primer rayo de la mañana se cuela tímidamente entre las cortinas. No me despierta. Ya llevo horas dando vueltas en mi camastro. A mi edad conciliar una noche entera de sueño es casi una quimera. Me doy la vuelta, me encuentro frente a los ojos de mi mujer. En su pupila azul, el reflejo de un anciano, yo.
Tras toda una vida como soldado de la guardia, me enfrento ahora en mi retiro, al peor de mis enemigos. A mi mismo. Ver como día a día la artrosis carcome mis huesos, mientras una nube gris peor que la de cualquier encantamiento nubla mis ojos.
A penas tengo fuerzas para levantarme. Ante mí amanece lo que parece ser otro rutinario día. Desayunar, ir a la taberna a contar viejas historias de olvidadas guerras. Comprar harina, y recoger leña para el invierno. Apasionante….
Un murmullo llega a mis oídos.
- ¿No es el hijo del granjero?
- ¿Qué le sucede?
- -¿Algo pasa?
Me asomo a la ventana apoyando mis brazos cansinamente en el alfeizar.
- ¡ Ayuda ! Mi padre, Orco- el niño tartamudeaba una y otra vez estas palabras.
Yo miro a la gente, nadie hace nada.
- Llamad a la guardia¡ - Grito uno- ¡No! Está fuera de las murallas llamad al consejo para que se reúna!-afirmo un hombre bajo y rechoncho seguramente un político- ¡Por Dios que alguien haga algo!-Gritó una madre.
Triste sociedad la que me toco vivir, burocaratas ,comerciantes ,cobardes ¡¡¡¡. Noto como mi corazón bombea con una fuerza ya casi desconocida por mi. Mis venas laten al compás de unas manos que se abren y cierran en busca de un arma. Salto como si tuviera 15 años hacia el armario y me pongo mi antiguo traje de la milicia. Presiento una mirada azul clavada en mi espalda, me giro, es de nuevo mi esposa. Pienso que me va a impedir salir, pero sus ojos azul hielo me dan ánimo.
¡Fuerza soldado ¡- me anima- mientras me da mi escudo. La beso.
Salgo disparado hacia la muralla, la atravieso y corro hacia la granja.
Frente a mi un Capitán orco. Le miro detenidamente. Me mira y se ríe.
- Tú eres la guardia jajajajaja.
Se abalanza sobre mí. La bestia golpea con su hacha mi escudo. Algo cruje no sé si el escudo o mi brazo enfermo de artrosis.
No hay dolor, pienso mientras me muerdo los labios para no desmayarme. Me giro, golpeo con mi escudo su espalda. Le noto desconcertado. Por no decir sorprendido. Escupe al suelo. Yo le imito. Vuelve a la carga como un toro. Espero, espero, espero y en el último momento le amago a la izquierda, cae en la trampa. Golpeo con la base de mi espada su nuca. Le pateo el culo. Cae al suelo, mientras le remato.
Limpio mi espada para que no se oxide. Y vuelvo a mi hogar, a mi rutinaria vida de jubilado.