Mientras la lluvia de golpes caía sobre mi cuerpo, mi cabeza vagaba por el espacio y el tiempo, imaginando como sería una vida libre: una vida sin amo. Nací huérfano o eso al menos es lo que me dice siempre, que nací sin padres. Es la única persona con la que he convivido. Desde muy pequeño me ha obligado a robar para él. Además del miedo a que me pillarán y me cortaran la mano, si volvía sin nada, mi amo me daba una paliza hasta que se cansaba. Como ese día. Menos mal, que tengo una destreza natural para robar y siempre solía volver con algo sin que me pillasen.
Pero estaba harto. Harto de obedecer órdenes. Harto de no recibir nada a cambio excepto golpes e insultos.Quería ser libre y llevar la vida que quisiera. Y solo una cosa me lo impidía: el amo.
Esa misma noche me levanté de mi jergo de paja y me acerqué a la cocina a por el cuchillo del pan. No me molestaba en ser silencioso pues sabía que estaba durmiendo después de la borrachera de anoche. Entré en su habitación y me acerqué hasta él. Le levanté la cabeza dejando al descubierto un gordo y feo cuello. Clavé el cuchillo en el centro de la gargante y tapé su boca para ahogar el grito que salió de lo más profundo de sus entrañas al notar el acero frio y afilado atravesándole las cuerdas vocales. No duró mucho su agonía.
Dejé el cuchillo allí clavado y salí de la habitación. No cogí ninguno de mis enseres pues serían un estorbo en mis viajes, solamente cogí el dinero que el amo guardaba y ya no iba a necesitar.
Al fin era libre. Toda una vida sirviendo a alguien. Ya no tendría que robar. Porque era libre. Ahora podría dedicarme a lo que quisiese. Con mi inteligente y mi destreza podría valerme por mi mismo. Podría... robar. Sí. Ya no tendría que dárselo al amo. Ahora podría quedármelo yo...
Así empieza la leyenda del Ladrón de Almas.