AL NORTE DE LOST LANDS (Adaptación relato navideño)
El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían al sendero sinuoso que los acercaría al norte. El padre y la madre estaban preocupados. Era la tercera incursión que el niño realizaría por tierras de Sosaria, su posible primer enfrentamiento con el duro invierno.
Cuando su montura, se negó a cargar el peso de los adornos y regalos de navidad, porque excedía el peso por pocas onzas, al igual que el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres, y cuando estos llegaron, murmuraban algo contra su terca bestia.
-¿Qué haremos?
-Nada, ¿qué podemos hacer?
-¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!
El alba relució, y esa fue la señal que los obligó a iniciar la marcha, de lo contrario se haría tarde antes de alcanzar refugio. La madre y el padre fueron los últimos en iniciar la senda. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
-Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre.
-¿Qué…? -preguntó el niño.
La bestia arrancó con paso lento, a través del angosto sendero pedregoso. Abandonaron las tierras cálidas para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no sonaba otra cosa que el silbido del viento, el traqueteo de los arboles secos y un frío helado que se adentraba en los huesos.
A medio día el niño salió de su letargo y le dijo al padre:
-Quiero subir a la colina y mirar por encima del río
-Todavía no -dijo el padre-. Más tarde.
-Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
-Espera un poco -dijo el padre.
Se detuvieron a almorzar y encendieron una pequeña fogata con las escasas habilidades de acampada que tenían. Aunque suficiente para calentar los fríos dedos de las manos y pies.
El padre había estado pensativo todo el camino, incómodo, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar atrás. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
-Hijo mío -dijo-, dentro de medía hora será Navidad.
-Oh -dijo la madre, consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
-Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron.
-Sí, sí. todo eso y mucho más -dijo el padre.
-Pero… -empezó a decir la madre.
-Sí -dijo el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-Ya es casi la hora.
-¿Me prestas tu daga? -preguntó el niño.
El padre le prestó su daga. El niño la sostuvo entre los dedos mientras el resto de la hora se extinguía en el fuego, el silencio y el casi imperceptible crepitar de la hoguera
-¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo? dijo el niño.
-Ven, vamos a verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron del pedernal, cruzaron varios árboles secos y bajaron al pie de la colina, hasta la entrada de algo que parecía una cueva. La madre los seguía.
-No entiendo.
-Ya lo entenderás -dijo el padre-. Hemos llegado.
Se detuvieron frente a una gran entrada a una gruta, que se abría al interior. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando una extraña lengua, que leía directamente de un pequeño códice que llevaba en las manos. La gruta se abrió, llegó luz desde el interior, procedente de antorchas que alumbraban el tenue camino interior y se oyeron los murmullos de voces, una extraña lengua, que no reconocía.
-Entra, hijo.
-Está oscuro.
-No tengas miedo, yo os protegeré. Entra, mamá.
Entraron en la gruta, siguiendo el camino hacia el oeste; la gruta realmente estaba muy oscura, hasta que se detuvieron en algo que parecía una gran portada, a través de la que entraron, bajando unas escaleras de piedra. Ante ellos se abría un inmenso campamento orco, cálido, con una palizada inclinada, de medio metro de ancho, por tres varas y media de alto, por la cual y entre los postes, podían ver figuras de sombras en el interior. El niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del recinto, varias voces se pusieron a cantar (GRUeeuUUuLLL, GRUeeuuuuUUUUUL).
-FELIZ NAVIDAD, hijo -dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos en lengua orca; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra la fría palizada. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el interior del campamento, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de centenas de maravillosas velas blancas en los cascos de sus camaradas Orcos de Ice Dungeon.
FELIZ NAVIDAD!!!