Como bien sabe la gente, se organizó una subasta en Minoc, ¡La gran subasta!, la cual fue muy exitosa y dio muchos beneficios, tanto a los subastadores como al subastador, a mí.
Un gran amigo mío, Stryg de Papua, no pudo asistir, cosa que le entristeció bastante. Como prueba de mi amistad, y los frutos que me había dado, decidí ir a invitarle a unas cervezas a la posada de su ciudad.
Entre el ambiente agradable de la taberna, y la soledad que esta ofrecía, hicimos horas y horas charlando, contándole todo con pelos y señales, como a él le gusta que le cuenten las cosas, con extremo detalle, como cuando va en busca de asesinos.
Detalles como compradores desaparecidos o gente que ansiaba pujar por el contenido de mi casa de subastas le arrancaron una leve sonrisa a ese luchador tosco y corpulento, pero lo que más feliz le hizo, fue ver el cheque que tenía preparado para entregar en el condado de Minoc, pues el altruismo es algo por lo que siente mucho respeto, más que las armas pesadas bañadas en sangre.
El cheque estaba firmado por el banquero de Britania, y el extracto en efectivo únicamente se realizaría mediante mi firma y la del gobernador de Minoc en el banco de dicha ciudad. El se quedó sorprendido de la extrema precaución que había tenido hasta con el más mínimo detalle de organizar todo para evitar posibles saqueos.
Al final de la noche, el insistía en pagar, pero no se lo permití, más aun cuando el 1% que yo recibí era más que suficiente como para sustentarme varios meses, así que decidí invitarle, tanto a la cena, como a la bebida, como al alojamiento por una noche en la posada. Su cueva queda no muy lejos, pero insistí en regalarle un lujo. Rudo él, con una muesca de desagrado, aceptó.
Las seis de la mañana, bendita la hora en que le mande a su habitación. Se dirigía a su alcoba, por ese pasillo lúgubre, a cada paso las maderas crujían. La luz del candil que portaba en su mano e iluminaba lo poco que se veía en ese pasillo se iba haciendo tenue, hasta que cesaron los crujidos de madera y no se veía luz alguna.
Esperé hasta que se fue, pues es una humilde persona, y no veía elegante sacar tal cantidad ante él, podría haberle sentado mal, pero estaba ya en su alcoba, así pues, me dispuse a sacar mi generoso 1% que portaba en efectivo para pagar los gastos.
En el momento en el que pagaba, un ensordecedor ruido entro por el hueco de la puerta de la posada, a la par que sentí un golpe en la cabeza y caí inconsciente… ¡Maldigo a los arquitectos de Papua! ¿No saben colocar puertas en los edificios? ¡Al menos sus bisagras me hubieran advertido del peligro!
Débil de mi, trabajador artesano, desperté al día siguiente en un lecho mullido, lo primero que hice fue tocarme los bolsillos, pero el cheque no estaba, me lo habían quitado. Llegue a la alcoba de Stryg, sin aire a penas, abrí la puerta para alertarle del robo, pero no estaba. Tomé aire y fui tranquilo a la recepción, a preguntar al posadero si recordaba algo, pero tampoco se encontraba en el lugar. Únicamente había un leve lodo casi seco, de tonos blancos y negros pasando por grises, el lugar se encontraba envuelto en un hedor rancio.
Tal vez Stryg y el posadero salieron corriendo al escuchar el estruendo, el posadero no sé si huiría o perseguiría al agresor con alguna vieja arma oxidada para defenderse de asaltantes, lo que si se, es que Stryg fue a darle caza y a recuperar el cheque, aun así perdieron tiempo preocupándose por mi salud llevándome al lecho y curándome el golpe, por lo que el o los asaltantes, en la espesura de las tierras perdidas les ganarían ventaja.
La utilidad del cheque sin mi firma es nula, y temo que vuelvan a por mí para cobrar la recompensa. Temo por mi vida, y temo por la de mi compañero, así que estoy dispuesto a ofrecer la totalidad del dinero que dicho cheque vale, a quien me lo traiga, salvándome a mí de un posible secuestro, y a Stryg de una posible emboscada.
Atentamente, Coolforehand, un humilde subastador en apuros.