CAPITULO 1.
Bosques de Trinsic.
La mañana se presentaba tranquila y el sol comenzaba su resurgir al este, se desperezaban los árboles saludando con sus frondosas ramas a un nuevo día en las fértiles tierras sureñas.
Entre los árboles, una joven pastora guiaba a sus siete ovejas por entre la arboleda, relajada y canturreando pues eran tierras seguras éstas. Tras ella, un pequeño de tez oscura y cabellos plateados empujaba a un tierno borreguillo en su intento de que siguiese el paso de los mayores.
- Lerumar –dijo la muchacha -, así no conseguirás que se mueva, pese a lo que muchos piensen y te digan, incluido tu padre, una simple sonrisa o un gesto puede mover montañas.
El pequeño se le quedó mirando mientras ella se agachaba a coger una brizna de hierba, se la puso delante de sus labios sujetándola suavemente con sus finos dedos y silbó. Una simple pero preciosa melodía recorrió los alrededores y el borreguillo dejó su empecinamiento para seguir a la mujer, ante la cara boquiabierta del joven semielfo. Su madre se agachó y, dándole la brizna le dijo:
- Esta es una planta mágica, si aprendes a tocarla antes de que se seque; podrás transmitir su magia a todas las hojas que cojas.
El niño cogió el “instrumento mágico” con toda su ilusión y se lo puso en la boca, pero fue incapaz de soplarlo, tal como era de esperar. Su madre se echó a reír y continuaron su camino; el pequeño no cejó en su empeño y lo intentó una y otra vez.
Llegaba el sol ya a colarse por la bóveda del bosque, dibujando un archipiélago de luces y sombras en la alfombra de fresca hierba; ya llegaban a casa cuando el sonido de los cantaros de latón resonaban no muy lejos.
- Por ahí viene tu padre, y las latas suenan a vacías, debe haberle ido bien.
Lo cual era un alivio para el pequeño, pues cuando su padre estaba de mal humor tenía cierta tendencia a tomarla con él, después de todo… no era su hijo en verdad. Llegó el hombre hasta ellos, con expresión cansada pero contento, y efectivamente los cántaros iban vacíos y las alforjas de su mula repleta de verduras y embutidos.
Juntos llegaron hasta su modesta casa en uno de los claros del bosque. La familia dependía única y exclusivamente de sus ovejas pues de ellas obtenían leche y queso que vendían en la ciudad. Nunca les había faltado de nada y, normalmente, hacía su vida apaciblemente en su casa cercana a la ciudad, un lugar frecuentado por cuadrillas de la guardia real y por aventureros que mantenían a raya a las bestias que pudieran rondar el lugar.
Terelan, el cabeza de familia, se recostaba en su silla preferida con un buen trozo de chorizo y pan, y un vaso de vino en el suelo. Éste hombre parecía haber demostrado una mente muy abierta tras lo sucedido hacía unos años, cuando su prometida quedó encinta, mas no de él, si no de su amante; un elfo oscuro de los páramos del norte que viajaba asiduamente a las tierras de los dragones, Destard, al oeste de Trinsic. Pero el amor hacia su esposa fue mas fuerte y aceptó a regañadientes el presente que con ella venía.
Pero no pasaba un día en el que Terelan no levantara la voz al pequeño Lerumar, fuera por lo que fuera, el trato hacia su hijastro se endurecía según fuera el humor del hombre.
Así pasaron días, semanas y meses, llegando el frío invierno.