El pequeño muchacho vagó por los bosques como un alma en pena. Subsistiendo de escasos frutos secos y alguna que otra liebre que cazaba con trampas y bebiendo agua de arrollos y ríos
Marchaba sin rumbo fijo, pasando hambre y frío. En las noches se cobijaba en arbustos o en alguna que otra edificación en ruinas. En la que muchas veces encontraba cuerpos sin vida, pudriéndose recubiertos de moscas y gusanos. Pero ya no sentía nada. Simplemente los apartaba a las lejanías para que los lobos y otras bestias peores se los comieran.
Su rostro se había apagado. Todas las noches tenía horribles pesadillas con lo sucedido en su aldea. Y jamás podía dormir más de unas horas seguidas sin despertarse con escalofríos y el recuerdo de aquel fatídico día. Otras veces escuchaba los cuernos y los tambores de guerra, recogía sus cosas, marchaba silencioso a otro lugar en donde esconderse.

Pasaron los días y no conseguía alimento alguno que llevarse a la boca, hasta que encontró una rudimentaria cabaña compuesta por piedras, rodeada por trepadoras y con un redondo techo de paja, en el que se podía observar unas humachas que brotaban de la chimenea.
- Quizás encuentre algo de alimento y resguardo de la noche...- Dijo para sí mismo el joven.
Espada y escudo en mano se dispuso a abrir la puerta que chirriaba. Dispuesto a acabar con cualquier criatura o ser que se interpusiera en su camino de sobrevivir.
Dentro encontró una casa de lo más extraña, había estanterías repletas de tarros con ingredientes mágicos y muchas cosas raras, ojos de tritón, huesos rojos que parecían ser de demonios, madera negra y muerta, que seguramente eran de unos árboles malvados llamados reaper y otras cosas que desconocía. En la cocinilla vislumbró una jugosa pata de cordero asada. La cual le hizo salibar y rugir a su estómago. Se avalanzó sobre ella y en menos de unos segundos se la había tragado por completo. También encontró algo de cerveza especiada. No era de su gusto, prefería la cerveza negra, pero se sentó cerca del fuego y se dispuso a esperar al dueño o criatura de esa casa mientras bebía tranquilamente. Si la muerte le llegaba con esa incursión, al menos lo haría con la barriga llena.

Al cabo de unas horas la puerta empezó a abrirse y el campesino se preparó en guardia con sus armas, dispuesto a acometer contra el ser que apareciera en el umbral de la puerta. Al abrirse se encontró mirando a un viejo hombre con una espesa barba dorada y una ajada y descolorida túnica verde. No podía verle los ojos porqué vestía una capucha bajada hasta casi la nariz. El joven en un acto de locura o valentía se avalanzo sobre el anciano.
- ¡An Ex Por ! -Dijo el anciano. Y el muchacho se quedó paralizado. El viejo era un mago... Que gran error había cometido el incauto. No era ni siquiera de lejos un buen guerrero y menos para enfrentarse a un mago.
- No eres ni el primero, ni el último que muere en mi casa pequeño infeliz. Ja ja ja ja- el mago no paraba de reirse. El incauto guerrero novato se desparalizó, y tranquilamente dejo sus armas en el suelo.
- Simplemente tenía hambre y necesitaba algo de comida y refugio... - Dijo el chico.
- ¡Sí y también beberte mi cerveza especiada maldito ladronzuelo! si no te la hubieses bebido, me plantearía perdonarte la vida.- Dijo el mago en tono burlón.
El campesino miró sin miedo alguno al mago, pensó que si este era su final moriría peleando. Recogió sus armas en un abrir y cerrar de ojos y se lanzo de nuevo a la carga gritando palabras incomprensibles.
El mago esta vez agarró un bastón que tenía en una esquina a su izquierda y de un simple golpe lo dejó sin sentido. El chico cayó al suelo de bruces.

Cuando despertó se encontraba desarmado y en el suelo. El viejo anciano lo miraba de soslayo mientras preparaba un guiso de verduras y con una perdiz sazonada.
- No intentes nada raro, chico o esta vez no seré tan compasivo- Dijo el mago en tono tajante.
El campesino simplemente se incorporó y permaneció en silencio.
-¿ Cuál es tu nombre guerrero patético?- Dijo el anciano con una amplia sonrisa.
- John Blackness- Dijo el muchacho. Ya más tranquilo mientras se tocaba el enorme chichón que se le había formado en la nuca al caer.
- Deduzco que tu aldea está a unas mil leguas de aquí y fue destruida y masacrada por el ejercito del caos.- Comentó el mago en tono muy serio.
El joven John permaneció en silencio.
- ¿ y quién es usted señor y cuál es su nombre?- dijo John en tono dubitativo.
- ¿Yo? ¡Soy el gran mago guerrero, Doryal Nanharak ! Antigüo ex-paladin de la sagrada orden y protector del maldito Rey Arnold. Eso antes de que me privaran de todos mis derechos y privilegios y me condenara al exilio. Sólo por aprender la magia ***ada para los paladines...en la isla de Moonglow. - Dijo el anciano Doryal en un tono orgulloso y solemne.
- Quiero aprender de usted a ser un buen guerrero y todo lo que puedas enseñarme de magia, Doryal Nanharak. Tengo que acabar con El ejercito del Caos- Dijo John de una manera muy convencida.
- ¿Tú solo? no me hagas reir dummy de entrenamiento. Ja ja ja ja. Está bien pero te advierto que no será sencillo, sangrarás, sufrirás y tendrás que trabajar duro.- Dijo el anciano.

Todas las mañanas mejoraba su entrenamiento en el arte del combate cuerpo a cuerpo peleando contra su mentor. Este sólo usaba un bastón nudoso con el que no importaba por donde acometiera, siempre acababa desarmado.
Por las tardes lo instruia en el arte de la magia. La cual era un arte frustrante porqué solía fallar los hechizos y muchas veces tenía que recoger ingredientes del bosque para poder continuar mejorando sus habilidades.
Por las noches hablaban largo y tendido sobre El ejercito del Caos. Doryal le explicó que se consistía en una horda de orcos, elfos oscuros, dragones, ettins, ogros, terathan, vampiresas, vampiros, demonios y todas las criaturas más grotescas y malvadas que pueden imaginarse capitaneadas por un ejercito de jinetes montados en dragones swamp, sombra y caos del cual recibían sus nombres. Liderados por un temible Nigromante llamado Zhor´vul wur.