CAPITULO 1

Antherim se despertó molesto por el rayo de luz que golpeaba directamente su cara, ni siquiera su túnica de viaje cubriedo su faz era capaz de atenuar el brillo del imponente astro. Rápidamente, se puso en pie rodando sobre su cuerpo y miró en derredor mientras forzaba su agarrotado cuello para aliviar la tensión. Había sido una noche tranquila pero bastante incomoda con las ramitas marcandole las costillas.

Tras un frugal desayuno, el aventurero cogió su petate, se ajustó sus dos estoques a los lados del cinturón y emprendió su camino, como siempre, caminando por el bosque a escasos metros del sendero. Eran tiempos dificiles, al fin y al cabo se estaba librando una gran guerra en el norte y los caminos eran frecuentados por grupos de orcos que se dirigían hacia la batalla.

La maleza era densa, pero sus muchos años de viajes y entrenamiento de campo le habían proporcionado una habilidad especial para moverse por los terrenos más complicados sin apenas hacer ruido ni ser visto, lo que le hacían el candidato perfecto para todo tipo de misiones en solitario. Además su carácter rudo, típico de un ermitaño, y su apariencia tosca, acentuada por su piel quemada por innumerables horas bajo el ardiente sol del desierto no le convertían en el mejor compañero de viaje.

Después de unas horas de caminata llegó a un cruce de caminos. Por su experiencia sabía que no era un buen sitio para descansar, pero debía parar un momento hasta orientarse y encontrar el camino a seguir. Tras arrancar unas ramitas y metérselas en la boca mascandolas lentamente, un ruido, inapreciable para oídos no entrenados, despertó su curiosidad. Sonaba como un estridente quejido lastimoso y provenía de lo que parecía una oquedad en el suelo a unos cien metros con su entrada parcialmente cubierta por unos matojos.

Arrodillandose hasta que casi sus rodillas tocaron el suelo y caminando lentamente se acercó, con la mayor cautela posible, hacia la entrada. Tras otear el interior y no apreciar nada su inquietud aumentó, nunca sus entrenados oídos le habían jugado una mala pasada. Sus manos palparon el cinturón y en el momento que sus dedos rozaron la empuñadura de sus estoques una sensación dolorosa invadió su hombro derecho, como si sus tendones fuesen desgarrados pero sin perder la movilidad de su brazo.

Rápidamente giró sobre sus tobillos y ante él, una nube incorpórea oscura de forma humanoide flotaba a escasos centímetros del aventurero y lo que parecía un brazo se extendía hasta el hombro lastimado. Antherim dió rapidamente un paso atrás, desenvainó sus estoques lanzando un golpe certero intentando dañar el lugar donde debería estar la articulación del codo, y dirigió su otra arma directamente al cuello de la criatura. Para su sorpresa sus armas no encontraron resistencia y atravesaron completamente al ser sin dañarlo mientras que sus manos quedaron agarrotadas afectadas por el mismo dolor que anteriormente había lastimado su hombro. El corazón de Antherim latía con fuerza en su pecho, y su cabeza bullía intentando localizar algun punto debil en la criatura mientras ésta lanzaba su tormentoso brazo hacia el corazón del guerrero. Antes de que el fatal contacto tuviese lugar, el aventurero dió un rapido paso a la derecha mientras soltaba sus armas, estiró su mano en dirección a la cabeza de la criatura y pronunció unas palabras:

- Athem Alis Luminis - fue lo último que la criatura escuchó antes de disiparse con un grito agudo en el aire.

Antherim recogió sus armas del suelo, levantó la vista hacia el cielo para orientarse y decidió que el sendero mas estrecho era el que le llevaría hasta Cebaril, una gran ciudad cercana al desiero de Kroll, donde se esperaban sus noticias sobre la cruenta guerra del norte. Sin más dilación, cruzó el camino y reanudó su viaje mientras mascaba las ramitas para engañar a su estómago.

CONTINUARA...