Desde hace cientos de años, Basabel ha tenido que ir siempre escondiéndose. Su raza no goza de muy buena reputación. Siempre tiene que ir con la capucha de la capa puesta y ocultar el color de su piel.

Desde que dejó a los suyos hace ya mucho tiempo, ha ido vagando de un lado a otro. Gludin, Dion, Oren, Schuttgart... son algunas de las ciudades que vio de pasada, aunque en ninguna de ellas fue bien recibido.

Pero había un lugar que él echaba de menos, Sosaria, la tierra donde nació, en la ciudad de los suyos. Si bien el trato que recibía allí era el mismo que en otros reinos, Basabel se sentía distinto en aquellas tierras, viajando por las montañas de Minoc o por los campos de Vesper.

Sin embargo, tomó la decisión de abandonar dicho lugar para explorar más allá e ir recogiendo experiencia y conocimiento.

Sentado ahora bajo un árbol, mirando al cielo azul, con unas pocas nubes que se mueven con el viento. El viento. Un viento que lleva ahora una voz. Basabel se pone de pie y se quita la capucha para escuchar mejor. Siguen siendo susurros, pero cada vez los va escuchando mejor.

"Ya es la hora", decía el viento. "Ya es la hora. Llegó el momento", le seguía susurrando el viento.

- ¿El momento de qué? - preguntó Basabel en voz alta, preparado por si alguien o algo saltara sobre él en el preciso instante que formulara la pregunta. Pero lo que obtuvo, fue una respuesta, del viento.

"El momento de volvernos a ver". En ese momento, pudo distinguir la voz. Reconoció de quién era la voz y ese momento, supo a lo que se refería. No tardó ni dos segundos en recoger su mochila y poner rumbo a Sosaria.

De vuelta al hogar.