Érase una vez dos mineros, los cuales edificaron su casa muy cerca del otro.
No se conocían de nada, pero cada vez que se veían, se saludaban amistosamente. Normalmente, era dirigiendo a los obreros con las obras, y ya después, a meter o sacar algunos muebles de la casa.

Y eso acabó y se propusieron a trabajar, que era para lo que estaban allí. Había mina para los dos, pensaban ambos, así que no había problemas. Los dos minaban siempre a la misma hora aproximadamente, hasta que una noche, dejó de hacerlo uno de ellos, para, como pensó el otro, hacerlo en horario distinto.

Las cosas funcionaban, y éste minero hasta se olvidó de su vecino tras cambiar éste el horario. Pero un día, en el que se tuvo que ausentar más tiempo del debido, y viajar lejos por motivos de negocios, al volver, se encontró con que habían forzado la cerradura de su casa.
Con un sobresalto, dejó caer el carro, rompiendo las ruedas por el peso, y corrió dentro. Sus temores repentinos se confirmaron al verlo todo revuelto. Le habían saqueado la casa: ni los minerales valiosos, ni las herramientas, ni el dinero, nada.

Rápidamente, se acordó de su vecino. Claro, ahora ya tenía sentido. Los primeros días le había vigilado para ver sus cargamentos, si merecían la pena o no. Luego lo habría despistado cambiando su turno, y finalmente, tras saber sus horarios, le había robado.
Sin pensárselo dos veces, se acercó a la casa,y lanzó dentro una antorcha ardiendo impregnada en brea, rompiendo la ventana. Se pudo oir a un caballo dentro morir, y desde los cristales, vagamente veía debido al humo, cómo toda la casa se venía abajo.

Pasaron los días, y siguió minando, sin parar, para recuperar el tiempo perdido y el saqueo. Reponerse era fundamental ahora. Y, de 1 semana que había pasado desde el incidente, trabajó tan duro que recuperó su dinero. No llegó ni a echarle cuentas a su vecino.

Y el octavo día, justo cuando estaba reposando el carro lleno de minerales junto a su casa, para ir depositándolos dentro, vino un soldado de Britain a caballo.

-¿Vive aquí Graco Deannos?-preguntó el soldado, consultando una nota y mirando la casa incendiada.
-Sí... sí-respondió el otro minero-aunque hace un par de días volví de trabajar y ví su casa así...
Casi justo de acabar la frase, llegó otro soldado a caballo, llevando a una mujer consigo detrás.
-Pues otro palo nuevo para su mujer-dijo el soldado primero, apartándose a un lado y dejando paso al nuevo.
-¡Graco, graco!-lloraba la mujer, que se bajó rápidamente y se derrumbó ante las ruinas de la casa.
-Lo... lo siento señora... yo conocí a su marido-dijo el primer minero-Lo siento, pero cuando volví de trabajar, ya no había forma de salvarlo...
-¿Qué...?¿De salvarlo...? ¡no diga usted tonterías, mi marido partió a luchar a la guerra hace 2 meses...! He venido a por sus pertenencias, que era lo único que quedaban de él...

La mujer siguió llorando. Y el minero, por primera vez, se sintió culpable del crimen.