Mi nombre es Ariadne Askhar.

Fui criada en el cálido seno de una familia acomodada de Trinsic, pero no todo ha sido riqueza y júbilo en mi vida.

Desde el comienzo, fui marcada a fuego por la malicia de los hombres.
Arrancada de las entrañas de mi madre fui arrojada al más sucio agujero que mi padre encontró, una pocilga en la que, entre excrementos; pasé mis primeras horas de vida. Suerte fue que aquella porqueriza era propiedad de un noble, Lord Fernel Askhar; un adinerado terrateniente con grandes y fértiles campos.

Sus criados me recogieron y limpiaron, para presentarme a su señor; pues todo lo que en aquellas tierras se encontraba era propiedad de éste.
Lord Fernel se apiadó de aquella pobre niña que lloraba por algo que echarse a la boca y, rápidamente encontró entre sus empleadas a una nodriza que hiciera las veces de madre para mi alimentación.

Crecí como la menor de cuatro hermanas, celosas de mí por mi naturaleza que, a la edad de quince años fue descubierta; por mis venas corría la sangre de los elfos… mas no era pura. Por ello destaqué en la costura, llegando a hacer los más finos bordados y trabajando las más lujosas telas, con mis conocimientos alquímicos descubrí antes de la mayoría de edad decenas de tintes impensables y, rápidamente mi padre me abrió un negocio en la ciudad para que lo regentara; acrecentando así el odio de mis hermanas que no servían mucho mas que para hacer punto de cruz.

Mi vida avanzó con el apoyo incondicional de mi padre que cuidó de que ningún hombre mancillara mi honor, todos aquellos cuantos me pretendieron fueron rechazados.

Mas nunca sentí un mayor dolor que cuando Lord Fernel, mi padre; abandonó este mundo como un mortal más a sus sesenta y siete años, cuando yo cumplía veinticinco.

Entonces llegaron los verdaderos problemas, mi padre me dejó su herencia íntegra; nada quedó para mi madre y mis hermanas. Yo les ofrecí quedarse bajo mi techo, yo asumiría la responsabilidad del cabeza de familia, cosa por la cual fui aun más despreciada; por una madre que nunca me quiso y por unas hermanas que forjaron su odio desde la niñez.

Pasaron los años y perdí el contacto con mi familia, que emigraron al norte, a las tierras de Britain.

Ahora, cuando cumplo el centenar; vivo sabiendo que cuantos me conocieron en mi niñez ya están bajo tierra, todos menos aquel padre que me arrojó a una pocilga; aquel padre elfo que deshonró a toda su estirpe y del que espero que fuera enviado al destierro por sus crueles acciones.