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Tema: El ladrón de almas

  1. #1
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    El ladrón de almas

    Mientras la lluvia de golpes caía sobre mi cuerpo, mi cabeza vagaba por el espacio y el tiempo, imaginando como sería una vida libre: una vida sin amo. Nací huérfano o eso al menos es lo que me dice siempre, que nací sin padres. Es la única persona con la que he convivido. Desde muy pequeño me ha obligado a robar para él. Además del miedo a que me pillarán y me cortaran la mano, si volvía sin nada, mi amo me daba una paliza hasta que se cansaba. Como ese día. Menos mal, que tengo una destreza natural para robar y siempre solía volver con algo sin que me pillasen.

    Pero estaba harto. Harto de obedecer órdenes. Harto de no recibir nada a cambio excepto golpes e insultos.Quería ser libre y llevar la vida que quisiera. Y solo una cosa me lo impidía: el amo.

    Esa misma noche me levanté de mi jergo de paja y me acerqué a la cocina a por el cuchillo del pan. No me molestaba en ser silencioso pues sabía que estaba durmiendo después de la borrachera de anoche. Entré en su habitación y me acerqué hasta él. Le levanté la cabeza dejando al descubierto un gordo y feo cuello. Clavé el cuchillo en el centro de la gargante y tapé su boca para ahogar el grito que salió de lo más profundo de sus entrañas al notar el acero frio y afilado atravesándole las cuerdas vocales. No duró mucho su agonía.

    Dejé el cuchillo allí clavado y salí de la habitación. No cogí ninguno de mis enseres pues serían un estorbo en mis viajes, solamente cogí el dinero que el amo guardaba y ya no iba a necesitar.

    Al fin era libre. Toda una vida sirviendo a alguien. Ya no tendría que robar. Porque era libre. Ahora podría dedicarme a lo que quisiese. Con mi inteligente y mi destreza podría valerme por mi mismo. Podría... robar. Sí. Ya no tendría que dárselo al amo. Ahora podría quedármelo yo...

    Así empieza la leyenda del Ladrón de Almas.

  2. #2
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    Re: El ladrón de almas

    Salí de la ciudad al amparo de la noche. Cuando una ciudad no ha sido atacada en muchos años, las defensas de ésta se descuidan, y no hay nada mejor para un ladrón ágil como yo, que las murallas semiderruidas. Subí sin esfuerzo cual gato montés. Respiré hondo el frío cortante de la noche otoñal. Ese aire representaba la libertad. Llené los pulmones de libertad. Ya no sería siervo de nadie. Antes muerto.

    Cuando me disponía a saltar al otro lado de la ciudad amurallada, escuché los gritos de una muchacha y las risas de varios hombres. Puse rumbo por encima de la muralla hacia el lugar de los gritos hasta que pude divisar la escena. Una prostituta estaba acorralada en un callejón por dos borrachos, tal vez fuesen escuderos de algún caballero que se alojaba en la ciudad. La chica se resistía con la espalda en la pared pero ellos iban armados. Poco tardarían en forzarla.

    Me oculté y de un salto me encaramé a un tejado próximo. Me coloqué con gran sigilo a sus espaldas. Ni la prosituta se percató de mi presencia. Golpeé a uno de ellos en el costado dejándolo sin aliento. El factor sorpresa de mi ataque me permitió realizar un segundo golpe a la mano que sostenía el arma del otro rufián. La daga cayó al suelo, momento que aproveché para robársela. Uno paralizado por la tos producida por el golpe en el estómago y el otro desarmado. Estaban en inferioridad. Una cosa era enfrentarse a una prostituta indefensa y otra enfrentarse a mí. Retrocedieron y se marcharon antes que alguien los viese huir de la escena del crimen.

    La prostituta me miraba con ojos desconfiados. No sabía si era de los buenos o de los malos. Después de unas palabras tranquilizadoras se acercó a mí insinuántemente. Tal vez además de evadir una violación podía ganar un cliente antes de que acabase la noche. Le seguí el juego e introduje mi mano por debajo de su vestido. Antes de que se diese cuenta, agarré la bolsa de monedas que guardaba entre sus senos y salí corriendo. Los insultos de la ramera se perdieron en la oscuridad de la noche.

    Una espada y una bolsa con monedas. No estaba mal para ser la primera noche. No estaba mal para ser un simple ladrón.
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  3. #3
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    Re: El ladrón de almas

    Al fin escapé de los largos brazos de la civilización. Con mi nueva daga y dinero suficiente para subsistir algún tiempo. Nunca había salido de las murallas de la ciudad. Toda mi vida me había mantenido dentro de ellas. A los siervos no se les permítía salir sin permiso de sus amos, y claro está, el mio no me iba a dar la oportunidad de escapar.

    Lo primero que me sorprendió fue la oscuridad que lo inundaba todo. Acostumbrado a los viejos faroles que colgaban de la puerta de las posadas para indicar a los viajeros donde debían dirigirse si buscaban cama y comida caliente, mis ojos no estaban entrenados a la oscuridad total. Debería bastarme la poca luz que la luna proyectaba para moverme con sigilo.

    Una de las ventajas de moverte en la oscuridad es que desarrollas un fino oído para escuchar lo que no puedes ver. Gracias a esto, fue como percibí unos pequeños ruidos que identifiqué rápidamente como pisadas. Muchas pisadas. Era como si un ejército intentase moverse en silencio. Caminaban en completa oscuridad. Estaba claro que no querían que se les viese acercarse.

    Me tiré al suelo con la esperanza de que la oscuridad también me protegiese a mi. Conforme se acercaban vi que se trataba de hombres a pie. Muchos de ellos no iban armados y vestían viejos y sucios ropajes. Habían tambien mujeres y niños. Aquello no era ningún ejército. Al menos no un ejército para combatir. Aquellas personas eran proscritos que se dirigían a la ciudad. ¿Qué iban a...

    Alguien tropezó con mi pierna y cayó encima mia interrumpiendo mis pensamientos.
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  4. #4
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    Re: El ladrón de almas

    Conseguí que no me vieran y mis ojos se acostumbraron a la oscuridad. Tan bien escondido estaba que alguien tropezó con mi pierna cuando me encontraba tirado en la tierra. Me quedé paralizado. Mucho presumo de mis reflejos, pero aquella vez no supe que hacer. El hombre que tropezó conmigo rápidamente se levantó y me miró. Creía que iba a dar la voz de alarma y que allí mismo me matarían a palos. Pero en vez de eso se agachó, me ayudo a incorporarme y me sonrió. Tenía las encías negras y si le quedaba algún diente yo no lo ví. Percató mi cara de asombro y creyó que estaba asustado. Me dió unos golpecitos en la espalda y me empujó para invitarme a seguir. En ese momento lo comprendí. Él creía que yo era uno de ellos.

    Me incorporé al ejército silencioso dirección a la ciudad. Mis ropas viejas de siervo sucias por los últimos acontecimientos, me daban el aspecto de un proscrito. Los proscritos eran personas que vivían al margen de la ley y de la civilización. Solían ser hombres y se refugiaban en los bosques o en las montañas formando pequeños grupos. Asaltaban los caminos y solían robar e incluso asesinar con tal de llevarse algo a la boca. Había oído historias de mujeres que habían sido raptadas por los proscritos, llevada a su campamento y violadas todos los días, hasta que escapaban o se suicidaban. Pero aquellas mujeres no parecían estar ahí a la fuerza. Y los niños que las acompañaban tampoco. Eran como familias. Familias de proscritos.

    No tenía escapatoria. Debía continuar dentro del grupo. No sabía qué pretendían pero algo sospechaba. Los proscritos nunca tramaban nada bueno. Ya se divisaba el leve fulgor de las antorchas de la muralla. Cuanto más nos acercábamos de menos tiempo disponía para escapar. Si algún centinela estaba despierto (cosa poca probable) y daba la voz de alarma aquello se convertiría en un caos.

    Podías palpar el nerviosismo en la gente. Parecía como si fuese la primera vez que hacían eso. Pero no era posible. Eran proscritos. Se dedicaban a eso.

    De repente, el llanto de un bebé rompió la atmosfera silenciosa que nos acompañaba. Todos nos detuvimos y nos giramos hasta el lugar de donde provenía. Una madre intentaba que un niño escuálido dejase de llorar, meciéndolo de un lugar a otro, sin conseguirlo. Intentó taparle la boca pero fue insuficiente. Nos encontrabamos cerca de la ciudad y en el silencio de la noche ese llanto podía alertar a cualquiera. El grupo se estaba poniendo nervioso mientras la madre abrazaba contra su pecho al niño. Un hombre se acercó, arrebató al bebé de los brazos de la madre y comenzó a estragularle. La gargante del niño, ante tal presión, dejó de emitir cualquier sonido. La madre lloraba impotente, con resignación. El hombre le devolvió la criatura muerta.

    Nos pusimos de nuevo en marcha pero ya me temía lo peor. Qué intención tenían que eran capaces de matar a un niño para que no estropease el plan. Iba a ocurrir algo grande y yo iba a participar. Estaba feliz.
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